Es natural que a una mujer le nazca una flor en un órgano. Es normal que en la planta del pie crezca una magnolia o una primavera, o que de la axila brote una petunia y obligue a la mujer a tener los brazos alzados. Es, sin ninguna duda, totalmente normal que crezcan rosas de los labios. Es común, en algunas mujeres, tener mariposas de agua prendidas en las nalgas. O pendientes de la reina esparcidos por el vientre.
Que se geste una camelia en el cabezal del sueño, que la camelia vaya cayendo como rocío en las partes blancas de la cara. El sueño es blanco, aunque se dé en la noche.
Es común soñar con un bosque, con un claro de bosque.
Es natural sembrar raíces subterráneas en los bohordos oscurecidos de nuestro pensamiento; en los tallos de la pesadumbre es normal que brote, con el buen tiempo, una palmera.
Basta con encender la luz del mediodía. Basta con ir descalza y pasear una cesta de mimbre por si hay algo ya a punto, algo que ya se pueda comer, u oler.
Es natural que las madreselvas nos busquen para enredarse en nuestro talle y revivir la planta que no nace. Una planta necesita de otra. Es común que en las auroras y en los amaneceres nos nazca un deseo apasionado de flor, de flor de labio en el costado; de flor en el pubis acuoso, de flor en las membranas, de flor en la mano, de flor en el pezón. Es natural, y ocurre, que en las sombras, busquemos el cuidado de la alisma.
Las sombras son ese doble pétalo que nos protege.
Es natural que a la planta le crezca una mujer casi acuática.
Es común que se geste en cada uno de los poros, una ninfa; en cada árbol, planta, flor, espiga, una dríade cuya vida dura el mismo tiempo que dura la flor o el árbol o la planta o la espiga o la mujer.
Es natural que nosotras, las mujeres del valle, vengamos ahora a celebrar esta fiesta como una victoria.
Es habitual que un día una mujer se levante de la cama o del sofá o de donde esté tendida y desee comerse un pensamiento. O una flor azul.
Que desee tener a mano una caléndula para decorar las zonas muertas de su casa.
Que desee ver, al despertar, un lilium.
Un día me levanté de la cama perturbada por un sueño en el que de mí no nacía nada. Y recordé que nosotras, las mujeres del valle, hemos nacido de un pliegue de la planta del pie. Y recordé también ese lirio que nos brota cada mayo, esa arácea endotérmica, aterciopelada, con un olor que impregna cualquier vestigio de sueño perturbado.
Es completamente natural que una mujer provenga del árbol de las mimosas o que una mujer se transforme en árbol y vuelva a tomar su forma primitiva.
Es bien sabida la historia de aquella dama que se encontró con la mandrágora y tuvieron una larga conversación sobre la vida y la muerte.
A veces tengo unos deseos casi salvajes de adentrarme en el bosque y desnudarme, de no distinguir mis pies de aquello que piso, ni mis manos de lo que toco. De no saber quién es más bosque, más olor, más raíz, más tubérculo.
Es completamente natural que una mujer aúlle en el bosque, se enzarce con la broza y luego busque en la pupila de las flores la temprana calma. La temprana calma de un mecer. Como cuando el viento acuna la memoria. O como unas manos de hermana acunando el miedo.
Es natural que crezca del vientre un ramo de rosas. Del sacro, girasoles verdes.
Una mujer brota, y da. Ofrece con sus manos de lirio un pensamiento único. Botones de oro en los pechos, caídos de amamantar. Botones de oro en el el pubis, abierto de parir. Botones de oro en la espalda, inclinada de llorar, de pensar, de no saber. En la aldea, una mujer brota y las demás la cuidan. La mecen como se mece la memoria del amor, aquella que perdimos tan lejos de los campos. De los soles reunidos como jacintos.
Por eso nadie se inunda.
Las mujeres de la aldea nacen a sus hijos rodeando el tronco del árbol. Paren a horcajadas, con su propio grito, con la herencia de saber dar a luz. La sangre que cae de su pubis violeta es para el árbol.
El grito es parte de la ceremonia de dar vida.
Y el dolor de abrir los huesos, la hendidura, es el eterno dolor de la transformación. Cualquier mujer puede darse cuenta de la alegría del árbol al ver los frutos de las de su misma especie.
Luego, las mujeres cantan cerca del árbol. Los pechos rebosan de leche tibia, la placenta dormita en la tierra, las mujeres del valle hacen un círculo parecido a los círculos de media noche y entre ellas cuchichean un rezo muy antiguo. Un rezo a la vida.
Es normal que al amanecer hayan brotado crisantemos por todas partes y el sol nazca en las orillas y las alumbre y caliente la derramada leche.